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La dicotomía intervención-gestión en Trabajo Social: una mirada conciliadora

Autora: Sonia García Aguña

Resumen: El debate en torno a la dicotomía intervención-gestión en Trabajo Social podría considerarse un asunto manido y desfasado. Sin embargo, en un contexto de alta burocratización se pone de manifiesto la necesidad de crítica y posicionamiento profesional. Es por ello por lo que este artículo pretende proporcionar un acercamiento reflexivo a la cuestión a través de un recorrido epistemológico y conceptual.

Palabras clave: Trabajo Social, Burocracia, Gestión, Intervención, Servicios Sociales.

1. INTRODUCCIÓN

El presente artículo expondrá las principales posturas y preocupaciones dentro de uno de los debates más reiterativos de la profesión y disciplina del Trabajo Social y, en concreto, de la intervención enmarcada en los Servicios Sociales públicos; la dicotomía entre la gestión de recursos y la intervención propiamente dicha.

Si bien, cabe destacar que se parte de una premisa conciliadora. Una perspectiva que pretende coger distancia y avanzar del mal-estar hacia el saber-estar como apunta Martín (2014), pues “la queja, a diferencia de la crítica, paraliza y es improductiva. La crítica, en cambio, es examen y juicio y para llevarse a cabo precisa dedicar un tiempo a reflexionar sobre la cuestión” (p. 4).

Y es que la conjetura desde donde se parte idea con la que algunos/as profesionales no se sienten del todo cómodos/as según la tesis de Martín (2013), es que la gestión de recursos supone también intervención y no solo se configura ante esta como un hándicap.

Para ello, es menester hacer una diferenciación clave de los conceptos. No tanto de los supuestamente antagónicos intervención y gestión, cuya «diferenciación» se aprecia con mayor claridad en el imaginario colectivo, sino la disparidad existente entre burocracia o burocratización y la gestión de recursos, a menudo usados indistintamente.

Por un lado, el término burocracia, forma de organización considerada por Weber (1983) como el tipo más puro de dominación legal. Se caracteriza por basarse en los principios de centralización, jerarquización vertical y especialización de funciones, con un régimen de personal de tipo funcionarial sometido a control de sus actuaciones y cometido. Nos encontramos entonces ante un sistema organizacional altamente racional, que viene a dar respuesta a la creciente complejidad social y fragmentación de las demandas, tratando de poner lindes a la incertidumbre que esto genera a través de procedimientos estrictamente delimitados. Es por ello por lo que se configura como una estructura inamovible, más rígida, opuesta a las organizaciones adhocráticas, más flexibles y horizontales.

Y, por otro lado, la gestión de recursos o prestaciones que suponen derechos subjetivados para la ciudadanía y que, aunque es a menudo criticada y desplazada del sentir profesional, supone una de las herramientas -y también función- dentro de la intervención en Trabajo Social.

Por tanto, la problemática aquí hallada es la indistinción conceptual entre la estructura constrictora e inflexible (la burocracia) y una tarea fundamental para el desarrollo de nuestro ejercicio profesional (la gestión de recursos y prestaciones de toda índole), aspectos en los que se ahondará a lo largo del artículo.

2. ORÍGENES DE LA DICOTOMÍA INTERVENCIÓN-GESTIÓN

En primer lugar, conviene atender qué aspectos han podido sentar las bases de la dicotomía gestión e intervención y su debate, el por qué se nos presentan desligadas -e incluso antagónicas- en el discurso profesional. Una primera aproximación puede venir del pluralismo cognitivo existente en España respecto al objeto del Trabajo Social, lo cual genera que existan diversas tendencias a la hora de definirlo.

Una de las líneas definitorias está más enfocada en que el objeto tiene que ver con la intervención en los factores psicosociales que producen malestar en las personas en relación con su entorno. Aquí podemos encuadrar el objeto del Trabajo Social según lo entiende Zamanillo (1999), presentado como “todos los fenómenos relacionados con el malestar psicosocial de los individuos ordenados según su génesis socio-estructural y su vivencia personal” (p. 29).

La otra tendencia se sitúa fundamentalmente en la aplicación de recursos para combatir las necesidades sociales de las personas, donde destaca el objeto planteado por Las Heras y Cortajarena (2014) como las necesidades sociales en su relación con los recursos aplicables a las mismas. Cabe mencionar que este no está referido exclusivamente a la utilización de prestaciones económicas para paliar las demandas efectuadas por las personas usuarias ante una necesidad, sino que se contemplan otras cuestiones, pero siempre dentro del binomio necesidad-recurso.

Además, se considera que otra de las posibles influencias pudiera ser la indefinición del Trabajo Social, aspecto ya planteado en el I Congreso Nacional de Asistentes Sociales en 1968 donde Giner (1969) manifiesta la preocupación por la falta de reconocimiento profesional por parte de la sociedad, argumentando que se produce fundamentalmente a consecuencia de la falta de concreción y consenso respecto a la definición.

Hoy en día a pesar de contar con numerosas y desemejantes definiciones, se sigue ahondando y repensando constantemente esta cuestión, asunto no exento de debate. Pues, aunque la Federación Internacional de Trabajo Social (FITS) (2014) lo define como:

Profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el Trabajo Social. Respaldada por las teorías del Trabajo Social, las Ciencias Sociales, las Humanidades y los conocimientos indígenas, el Trabajo Social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar.

Sigue siendo fuente de confusión, quizás por contener elementos tan abstractos y, a veces, distantes de la práctica profesional.

Sin embargo, lo que aquí nos interesa, lo que podemos abstraer de este breve análisis superfluo, es lo que apuntaba Giner, que la falta de definición conlleva falta de reconocimiento profesional por parte de la sociedad y por los/as propios/as profesionales. El resultado de esto podría explicar por qué en muchas ocasiones se pretende una mayor semejanza a la Psicología -que goza de mayor reconocimiento científico-, tal y como expone Molleda (2007), haciendo una ardua defensa de la intervención «purista», y se busca la diferenciación de profesiones sin este reconocimiento, como las relacionadas con Administración, más enfocadas a la gestión y a la tramitación.

3. LA IMPORTANCIA DE LA GESTIÓN DE RECURSOS EN TRABAJO SOCIAL

Como se ha mencionado, la gestión de recursos se configura en Trabajo Social como un elemento más importante de lo que algunos/as profesionales podrían desear. De hecho, encontramos que en el propio Código Deontológico (2021) se recoge que los/as trabajadores/as sociales:

Se ocupan de planificar, proyectar, calcular, aplicar, evaluar y modificar los servicios y políticas sociales para los grupos y comunidades. Actúan con casos, grupos y comunidades en muchos sectores funcionales utilizando diversos enfoques metodológicos, trabajan en un amplio marco de ámbitos organizativos y proporcionan recursos y prestaciones.

Se reconoce así que no solo se interviene desde nuestro método propio, sino que dentro de las organizaciones se va a llevar a cabo la tarea de proporcionar recursos y prestaciones. Además, al igual que no es una tarea exenta de críticas, tampoco lo está de dilemas éticos, pues según la FITS (2018) también es fuente de dilema tanto que los recursos de la sociedad son limitados, como que los/as trabajadores/as sociales tienen responsabilidad de promover la justicia social. Es decir, se deben distribuir recursos de forma equitativa y justa de acuerdo con las necesidades de la ciudadanía, así como oponerse a las políticas y acciones injustas en ese mismo sentido. Existe el deber por parte de los/as profesionales de llamar la atención de legisladores/as, políticos/as y sociedad ante situaciones en las que el uso de los recursos se da forma indebida y/o perjudicial.

La gestión de recursos supone entonces la importante tarea de no solo gestionar prestaciones y servicios a los que la ciudadanía tiene derecho, y que suponen en muchas ocasiones cubrir las necesidades más básicas y fundamentales, sino también la de salvaguardar en cierto modo la justicia social y la equidad, haciendo accesibles estos recursos bajo mandatos deontológicos y legales.

4. SITUANDO LA CRÍTICA: ¿QUÉ NOS GENERA TANTO MALESTAR?

Como se ha podido apreciar, la gestión de recursos es una tarea no solo propia, sino fundamental. Sin embargo, atendiendo a la investigación que realiza Martín (2013) en su tesis doctoral, nos encontramos que no solo no se percibe como algo que deba ser parte del quehacer profesional, sino como una tarea puramente administrativa que puede -incluso debe- delegarse.

Esta idea configura una paradoja interesante, pues los Servicios Sociales -donde más podemos encontrar el perfil del/de la trabajador/a social gestor/a- nos ha dotado de un lugar importante dentro de la configuración estatal, siendo esta fuente de reconocimiento profesional por parte de la sociedad. No obstante, como se ha apuntado, esta formalización no siempre se contempla del todo positiva, pues conlleva un papel en el que algunos/as profesionales no se reconocen.

Sin embargo, puede que este malestar no tenga tanto que ver con la propia gestión en sí, que en este ensayo se contempla indesligable de la intervención, sino con la modernización e institucionalización de los Servicios Sociales. Esta expansión genera que a partir de 1980 se adopten la mayoría de las formas sobre la burocracia apuntadas en la introducción, es decir, “legalidad, racionalidad, objetividad, distribución organizada de las tareas, orden jerárquico definido, procedimiento estandarizado y competencia profesional” (Montagud, 2016, p. 75). Este proceso es inherente al aumento de complejidad y tamaño de una organización, pero la problemática comienza cuando estos límites racionales se sobrepasan y entramos en el terreno del burocratismo, entendido como “la influencia excesiva de la burocracia estatal en el funcionamiento de un estado o la tendencia a las soluciones puramente administrativas y formales de los asuntos públicos” (Montagud, 2016, p. 82).

Guillén (1993) hace casi tres décadas apuntaba “el medio organizativo es un factor que condiciona al Trabajo Social mismo: afecta a sus fines, a sus principios, a sus técnicas, el estatuto profesional…, en una palabra, a todo el Trabajo Social” (p. 181). Debido a esto, siguiendo las ideas de Montagud (2016), los/as trabajadores/as sociales nos vemos inmersos/as en un proceso por el cual la configuración de las organizaciones se sujeta a procedimientos arbitrarios pero formalmente sin discusión, con un incremento normativo y procedimental que desgasta a la ciudadanía y a sus profesionales con respuestas cada vez más rígidas, que hacen que la relación de ayuda y la vinculación queden relegadas a opciones estandarizadas, con horarios y formas concretas cada vez más restringidas y delimitadas.

Teniendo todo esto en cuenta, podemos comprender por qué la gestión comienza a identificarse y confundirse con las consecuencias de este tipo de procesos, con la exigencia de tramitar, de registrar personas, demandas, actuaciones, de forma periódica y en formatos a veces altamente exigentes, muchas veces acumulándose ante la falta de tiempo para poder atender toda esa demanda burocrática. Poniendo límites muy bien definidos en cuanto a cómo, dónde y cuándo se da la relación de ayuda, atendiendo a procedimientos y protocolos que en algunas ocasiones son útiles, y en otras una consecución de obstáculos. Este, el modelo organizativo, es el verdadero impedimento para la intervención, y no la gestión de recursos per se.

Por tanto, la queja reiterada de “no podemos hacer intervención social, solo podemos hacer gestión de recursos” (Molleda, 2007, p. 140) se situaría mejor en una crítica al control y a las trabas burocráticas que genera este modelo organizativo, en vez de configurarse como ataque o minusvaloración a la gestión de recursos, tarea que forma parte de nuestra identidad profesional. O, como apuntaba una de las entrevistadas de la tesis de Martín (2013):

TS: El recurso es la posibilidad de intervención […]. Si a ti te quitan el recurso ¿qué haces? Escuchar y, ¿Qué? Yo no soy psicólogo, yo no puedo trabajar los miedos de esa persona desde la psicología porque no estoy preparada para ello. […]. Necesitamos los recursos como instrumento de trabajo (p. 219).

5. CONCLUSIONES

Tras todo lo expuesto, la primera conclusión a la que podemos llegar es que la queja constante sin ser acompañada de reflexión crítica conlleva reiterar el mismo mensaje continuamente sin abordar la verdadera raíz del problema. Además, en este caso concreto, supone la imposibilidad de pararnos a pensar realmente qué estamos criticando, lo que impide que nos demos cuenta de que partimos de un error conceptual que puede estar generando incluso malestar profesional.

Por otro lado, los/as profesionales del Trabajo Social no pueden olvidarse de su función dentro de la sociedad en la que están insertos/as. La búsqueda de reconocimiento científico y académico no puede alejar ni su reflexión ni su práctica de la responsabilidad que tienen para con la ciudadanía. Y esto se materializa en el quehacer profesional a través del apoyo, el acompañamiento, la orientación y la gestión de recursos.

Por tanto, no se puede renegar de la función de gestión, pues supone salvaguardar los derechos de los/as usuarios/as. Sin embargo, este posicionamiento no impide que se sitúe adecuadamente la crítica y se reflexione sobre un sistema organizacional que constriñe cada vez más la labor profesional, que hace que los/as profesionales acaben trabajando para los datos y no con los datos.

Con todo, el Trabajo Social no necesita asemejarse a ninguna disciplina ni desemejarse de otras. No necesita renegar de una función que le otorga verdadera identidad, ni pretender realizar otras que no nos pertenecen porque nos hacen sentir mejor valorados/as. El Trabajo Social como Ciencia Social aplicada y profesión no es menos ni, es más; es lo que es, y eso es suficiente.

6. BIBLIOGRAFÍA

Consejo General del Trabajo Social. (2021). Código Deontológico de Trabajo Social. www.cgtrabajosocial.es/codigo_deontologico

De las Heras, P. y Cortajarena, E. (2014). Introducción al Trabajo Social. Ediciones paraninfo.

FITS. (2014). Definición global de la profesión de Trabajo Social. www.ifsw.org/what-is-social-work/global-definition-of-social-work/

FITS. (2018). Declaración Global de Principios Éticos y de Integridad Profesional. www.cgtrabajosocial.es/principioseticos

Giner, S. (1969). Sociología y Trabajo Social: Memoria del I Congreso de Asistentes Sociales. FEDAAS.

Guillén, E. (1993). La burocratización del Trabajo Social en la intervención social. Cuadernos de Trabajo Social, 6(1), 181-193. revistas.ucm.es/index.php/CUTS/article/view/CUTS9393110181A

Martín, M. (2013). La construcción de la identidad en Trabajo Social: análisis de una trama hilvanada por sus personajes [tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid]. E-prints. www.eprints.ucm.es/id/eprint/22276/

Martín, M. (2014). Del mal-estar al saber-estar: la identidad del trabajador social reflexivo. En Consejo General del Trabajo Social (2014). Aportaciones sobre la intervención social en tiempo de malestares. Consejo General del Trabajo Social.

Martín, M. (2016). Burocracia e identidad del profesional de Trabajo Social. En Carbonero, D. et al., (2016). Respuestas transdisciplinares en una sociedad global: aportaciones desde el Trabajo Social. Universidad de La Rioja.

Molleda, E. (2007). ¿Por qué decimos que no podemos hacer intervención social? Cuadernos de Trabajo Social, 20(1), 139-155.

Montagud, X. (2016). Las consecuencias de la burocratización en las organizaciones de Servicios Sociales. Revista internacional de Trabajo Social y Ciencias Sociales, 11(1), 69-89. DOI: doi.org/10.5944/comunitania.11.4

Weber, M. (1983). Economía y Sociedad: esbozo de sociología comprensiva. Fondo de Cultura.

Zamanillo, T. (1999). Apuntes sobre el objeto en Trabajo Social. Cuadernos de Trabajo Social, 12(1), 13-32.