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Violencia sexual juvenil: La urgencia de la educación sexoafectiva. Impacto de la pornografía y del imaginario social

Impacto de la pornografía y del imaginario social

Inés Arozamena, Paula de Pablo y Sofía Lasarte

RESUMEN: La violencia sexual cometida por menores de edad está aumentando, tal y como indican las estadísticas. La falta de investigación y de evidencia científica nos lleva a preguntarnos a qué se debe esta problemática y cómo viven los/las jóvenes de hoy en día la sexualidad y las relaciones románticas. Este artículo pretende aproximarse a dicha realidad desde diferentes vértices con el objetivo de analizar si el imaginario social, la prostitución y la pornografía podrían estar detrás de esta violencia. Además, buscamos analizar si la educación sexual podría prevenir este tipo de violencia, teniendo en cuenta que la sociedad se encuentra dividida en cuanto a la utilidad o el peligro de su implantación ¿Qué saben los/las jóvenes sobre sexualidad? ¿Tienen conductas violentas normalizadas o romantizadas? ¿Cuáles son sus fuentes de información? En definitiva, de dónde viene esta violencia y qué podemos hacer para afrontarla.

PALABRAS CLAVE: Pornografía, Menores de edad, Violencia sexual, Educación sexoafectiva, Sexualidad.

Educación sexoafectiva, ¿peligro o necesidad?

La sociedad española se encuentra especialmente preocupada, entre otros, por dos temas que están en boca de todos: la educación sexoafectiva y el aumento de las agresiones sexuales cometidas por menores de edad. En este sentido, la posibilidad, y realidad en algunas legislaciones del país, de implantar el pin parental revolucionó a la ciudadanía. Voces a favor y en contra de esta medida aplaudían o rechazaban la imposición de esta. El pin parental permite a los tutores legales de los/las menores de edad negarse a que sus hijos/as puedan cursar asignaturas de educación sexual.

Sin embargo, ¿cuál es la realidad de la educación sexual en España? Según Meyer (2022), en España no se imparte este tipo de educación, o al menos no de la manera defendida por Naciones Unidas. Pero ¿tiene consecuencias negativas esta carencia en los/las menores? ¿Es realmente necesaria para el desarrollo adecuado de los/las más jóvenes? ¿Podría estar vinculada con el evidente crecimiento de agresiones sexuales cometidas por menores de edad? A lo largo de este artículo pretendemos dar respuesta a estas preguntas, así como analizar la realidad sexual de los/las más pequeños/as, cómo se desarrolla y qué factores la pueden estar condicionando. 

ANÁLISIS MACROSOCIAL: ¿Cómo perciben nuestros/as jóvenes la sexualidad?

Como se ha expuesto, la educación sexual está a la orden del día, protagonizando debates y generando mucha controversia acerca de su implantación o prohibición, pero ¿es verdaderamente necesaria? Lo que resulta innegable es que nos encontramos inmersos/as en una revolución tecnológica que, como indica De Miguel Álvarez (2021), está cambiando la manera de acceder a la información y, por lo tanto, de aprendizaje que tienen los/las jóvenes de hoy en día, dentro de la que está incluido, por supuesto, todo lo relativo a la sexualidad. Para responder a la pregunta de si “la educación sexual es verdaderamente necesaria” debemos estudiar y analizar cómo viven y comprenden los/las jóvenes la sexualidad. 

De Miguel Álvarez (2021) nos habla de un “neoliberalismo sexual”. Este concepto nace del neoliberalismo económico que defiende que se puede comercializar con cualquier cosa, pues todo tiene un precio. La autora denuncia que no es así, que no todo en este mundo tiene valor económico, como, por ejemplo, el cuerpo de las mujeres. El neoliberalismo sexual justifica la prostitución alegando que las mujeres que la ejercen lo hacen por decisión propia, que, dicho de otra manera, significa que son adultas libres que, por las razones que sean, deciden ofrecer un servicio sexual a cambio de dinero. 

Según el estudio realizado por García Vázquez (2020) a una muestra de 3 126 jóvenes españoles/as de entre 16 y 30 años, mujeres y hombres tienen posturas diferentes en cuanto a la legalización o abolición de la prostitución en España. El 65,1 % de los hombres encuestados estaban a favor de la legalización, frente al 34,9 % de las mujeres. Sin embargo, parece que se está dando un cambio a favor de la abolición, sobre todo en mujeres con estudios universitarios. En cuanto a la explicación que dan a por qué algunas mujeres ejercen la prostitución podemos observar que la inmensa mayoría lo relaciona con situaciones de vulnerabilidad, tanto hombres como mujeres: el 94 % de la muestra considera que lo hacen por necesidad, el 82,6 % por ser víctima de trata, el 59,6 % por tener que saldar una deuda y el 58,9 % porque tienen familiares a cargo. Por otro lado, las personas que consideran que lo hacen por voluntad propia (como defiende el neoliberalismo sexual) son menos: el 9,1 % considera que es un trabajo como otro cualquiera y el 5,5 % que lo hacen por gusto por el sexo. Podríamos decir, por lo tanto, que los/las jóvenes no están de acuerdo con la explicación que da el neoliberalismo sexual, de hecho, el 64,2 % de la muestra considera que pagar por mantener relaciones sexuales es inaceptable. 

Además de la prostitución, el neoliberalismo sexual podría también estar legitimando desigualdades entre chicos y chicas, y justificando conductas violentas, puesto que es alimentado por la pornografía (en la que nos detendremos más adelante) y por la cultura de la violación. Todos estos elementos tienen un fuerte factor común: el patriarcado, definido por Cagigas Arriazu como “la relación de poder directa entre los hombres y las mujeres en las que los hombres, que tienen intereses concretos y fundamentales en el control, uso, sumisión y opresión de las mujeres, llevan a cabo efectivamente sus intereses” (2020, p. 1). Como bien indica Ana de Miguel (2021), el poder patriarcal ha dejado de estar amparado por leyes o normativas que situaban a los hombres en, literalmente, posiciones privilegiadas; pero, sin embargo, sigue vivo y dirige nuestra sociedad. 

La cultura de la violación se refiere a la aceptación de la violencia (física, verbal y psíquica) que existe cuando ésta se da en relaciones sexuales. Dicho de otra manera, condenamos la violencia, pero la permitimos cuando se da en un contexto sexual. Este concepto, que se dio a conocer en los años setenta, fue definido por primera vez en 1975 por Dianne Herman, que puso de manifiesto que la delincuencia sexual seguirá existiendo de manera prevalente si se siguen aceptando la violencia sexual y la dominancia masculina (Burnett, A., 2016). 

Volviendo a la discusión, la dominancia masculina de la que hablábamos previamente otorga a hombres y mujeres características y expectativas diferenciadas basadas en los roles de género, donde lo masculino adquiere una posición dominante. Esta socialización diferencial (Espinar, 2007; Ferrer y Bosch, 2013) alimenta los mitos de amor romántico que existen en nuestra sociedad y que podrían estar interiorizando los/las jóvenes. Las falsas creencias relacionadas con el amor de pareja heterosexual suelen atribuir al varón características consideradas masculinas como la dominación, el poder o el control; mientras que de las mujeres se espera sumisión, sensibilidad y cuidado. Estos mitos son perpetuados por series de televisión, películas, canciones o perfiles de redes sociales que romantizan situaciones de violencia y desigualdad.

Para analizar el efecto de este fenómeno nos centraremos en un estudio realizado por Bonilla Algovia y Rivas Rivero (2020). Los resultados mostraron que, entre los varones, los hay que no buscan una pareja con características definidas y otros que quieren que ésta les proporcione cuidados y atención emocional, mientras que las mujeres buscan en su pareja cualidades como el respeto y la igualdad. La explicación que dieron en el estudio a estos resultados, y con los que estamos de acuerdo, es que los hombres que prefieren una mujer concreta buscan en su pareja características tradicionalmente femeninas, mientras que las mujeres exigen cortar con las dinámicas de maltrato que se dan en las parejas tradicionales, reivindicando su derecho a ser tratadas como iguales. Podríamos, por lo tanto, concluir que estos mitos románticos siguen interiorizados en nuestra sociedad, pero que muchos hombres y la mayoría de las mujeres quieren dejar atrás gracias al cambio de paradigma que está suponiendo el auge del feminismo. 

ANÁLISIS DE LAS CAUSAS Y EFECTOS: Acercándonos a la realidad juvenil

La realidad pornográfica

Una vez expuesto el papel del sexo en la sociedad, queríamos concretar más, y hablar de los efectos que tiene en las personas el consumo de pornografía y, por tanto, de este sexo violento que ha sido explicado previamente. Para hablar de los efectos, hemos decidido centrarnos en la medida de lo posible en la población menor de edad, y es que la edad de acceso a la pornografía es cada vez más temprana. La Agencia Española de Protección de Datos (2020) ha alertado de la caída de la edad del primer acceso a los 8 años (primer ciclo de Educación Primaria). Además, expone que es a partir de los 14 años cuando este consumo se generaliza.

Leyendo estos datos nuestra propia lógica nos alerta de la gravedad de este suceso, pero… ¿Por qué es realmente tan dañino para un/a menor el consumo de pornografía? Para responder a esta pregunta, lo primero que hemos hecho ha sido situarnos en la fase evolutiva de estos niños y niñas, centrándonos en el desarrollo de la sexualidad. El Manual MSD define la sexualidad como “la forma en que las personas experimentan y expresan los instintos y sentimientos que constituyen la atracción sexual por los demás” (Brown, 2023, párr.1); por tanto, nos referimos no solo a un sentimiento interno, sino a algo que va a determinar nuestra forma de relacionarnos con determinadas personas. Además, según Brown (2023) los factores que determinan la sexualidad son variados y, entre ellos, se encuentran la educación, las influencias y las actitudes sociales. Es decir, que la educación que reciban los/las menores de edad, así como la forma en la que entiendan que se vive el sexo en la sociedad, va a determinar sus propias conductas sexuales.

Siguiendo esta línea de entender cómo se conforma la sexualidad de las personas, The National Child Traumatic Stress Network (2012) explica que el comportamiento sexual de los/as niños/as se encuentra muy condicionado por su edad, lo que el/la niño/a observa y lo que se le enseña. Además, cabe destacar que en los/as niños/as de entre 7 y 12 años (etapa en la que comienza el consumo de pornografía), la curiosidad sobre el comportamiento sexual de los adultos/as se incrementa, y pueden comenzar a buscar contenido sexual a través de películas, anuncios…. Actualmente, ese contenido lo pueden obtener fácilmente a través de la pornografía, por lo que el sexo que consuman será mucho más violento y desigual, generando un gran impacto en su futura manera de relacionarse en el plano sexual. Además, según Sanjuán (2020) cuando acceden a la pornografía, no poseen la madurez ni las herramientas necesarias, pudiendo normalizar lo que se ve en estas plataformas.

Por tanto, hemos visto cómo lo que los/as niños/as reciben acerca de sexualidad durante esta etapa de su vida es esencial para el establecimiento de su propia sexualidad. Teniendo en cuenta la carencia de educación sexoafectiva que existe en nuestro país, y la ingente cantidad de contenido pornográfico en la red, así como la facilidad para toparse con él, nos encontramos ante un grave riesgo para la infancia que puede derivar en un anormal desarrollo de su sexualidad.

Desde Save The Children, Sanjuán (2020) nos advierte de que esta población tan joven que consume pornografía construye su deseo sexual en función a este consumo. La pornografía adquiere en estos casos, según Rojo (2019), un papel educador, utilizando el vacío político existente en educación sexoafectiva para convertirse en la única fuente pedagógica, y hacer que las fantasías de los/las menores se transformen en un deseo que realizar, que pueden llevar al plano de lo real. Los vídeos pornográficos pasan a ser un modelo de conducta, propagando de esta manera la cultura de la violación, explicada previamente. La pornografía, tan ampliamente consumida, se normaliza, y comienza, según Rojo (2019), la imitación de lo representado en estas páginas por parte de estos/as jóvenes.

Una de las principales consecuencias, tal y como afirma Rojo (2019), es cómo queda afectada la concepción del consentimiento. La pornografía normaliza la ausencia de consentimiento en las mujeres, de hecho, ni siquiera se plantea la posibilidad de que la mujer deba ofrecer ese consentimiento. Esto, tal y como destaca Sanjuán (2020), unido a la falta de pensamiento crítico, tiene un impacto gravemente negativo en la construcción del deseo y las relaciones sexuales. Los hombres reciben la idea de que el consentimiento de la mujer no es algo necesario a la hora de mantener este tipo de relaciones.

Por otro lado, la pornografía genera relaciones desiguales: de acuerdo con Rojo (2019), las mujeres son cosificadas y sexualizadas, conceptualizadas como objeto de disfrute masculino. A su vez, los hombres conforman su deseo en base a esta desigualdad, aprenden que las mujeres están para la satisfacción de su placer eliminando el reconocimiento de éstas como personas humanas con sentimientos.

Finalmente, encontramos una clara devaluación de la mujer, que vamos a ver reflejada en la erotización de diferentes realidades expuestas por Alario (2018). Primeramente, la pornografía erotiza el dolor físico de las mujeres, los hombres aprenden a excitarse al causarles sufrimiento. En segundo lugar, se erotiza la falta de deseo de las mujeres; los vídeos pornográficos muchas veces transmiten el mensaje de que es placentero tener relaciones con una mujer que no quiere, a la vez que expresan que, realmente, todas las mujeres lo están deseando, aunque no lo parezca (esto afecta también a la concepción del consentimiento). En tercer lugar, se erotiza el sufrimiento de las mujeres, más allá del mero dolor físico; es una manera en la que los hombres pueden confirmar su masculinidad y su poder. En cuarto lugar, la erotización de la humillación de la mujer, ejercitar violencia contra ellas se convierte en algo excitante y placentero. Por último, la pornografía transmite el mensaje de que “todas las mujeres son unas putas” (Alario, 2018, p. 74), aunque cuando es explícito que la mujer es una prostituta, hay incluso una mayor legitimidad para hacer cualquier cosa contra ella.

Todas estas realidades y aprendizajes son los que reciben los/las menores a través del consumo de pornografía, que no podemos olvidar que es muy temprano. Ellos/as reciben esta información como algo normalizado, pues no disponen de las herramientas para encajar la realidad de estos vídeos, y lo integran en su forma de relacionarse con el resto. Estamos ante una realidad muy peligrosa, a la que debemos hacer frente de manera urgente.

Acercándonos a la agresión sexual

Como hemos visto, la pornografía impregna los espacios de la sociedad coetánea española. Es la llamada “Nueva pornografía” (Ballester, et al., 2018) por la oportunidad que ofrece el ciberespacio donde convergen la inmediatez, el anonimato, la gratuidad y la volatilización de los límites y del control (Ballester, 2023). En la era digital, los y las menores tienen acceso a contenido sexual explícito y violento a un click de distancia. Un contenido que educa en el perpetuo de la dominación masculina y el sometimiento de la mujer, sellado por el deseo y la violencia. Pero… ¿Hasta dónde alcanza la repercusión de su consumo?

Los datos nos abruman con resultados que reflejan la significativa correlación positiva entre el contenido pornográfico y el ejercicio de la violencia sexual. En parámetros generales, según Ballester (2023), el consumo de pornografía comporta un factor de riesgo para la violencia sexual, ya sea contra la pareja, contra un desconocido en un encuentro de sexo casual, en prostitución o en una violación grupal. Un riesgo que se agudiza cuando el consumo es frecuente y el contenido de carácter especialmente violento.

Para comprender esta correlación, queremos hacer referencia al modelo de condicionamiento de las experiencias sexuales y la etiología de la agresión sexual (Redondo y Garrido, 2013). Siguiendo este modelo, el acto de masturbación comporta un estímulo incondicionado ante el que emerge la respuesta incondicionada de la excitación. En este sentido, la masturbación se asocia a estímulos condicionados antisociales que brotan del consumo pornográfico (fantasías sexuales de poder y control, agresión y humillación, etc.) y que decretan una respuesta sexual condicionada de naturaleza antisocial. El proceso de asociación repetida refuerza el vínculo entre las fantasías parafílicas y la gratificación de la estimulación física. Tales fantasías antisociales juegan un papel central en el aumento gradiente hacia la desviación sexual, pues constituyen un estímulo (condicionado) para la activación sexual y, por tanto, un desencadenante de la acción.

Cuando hablamos de menores involucrados en delitos contra la libertad sexual, es pertinente advertir que estamos ante un grupo heterogéneo y diverso (Benedicto, et al., 2017). Sin embargo, en atención al estudio de Hart Kerkhoffs (2009), un alto porcentaje de menores agresores sexuales tendría una educación sexual deficiente (60 %), mientras que el 16 % manifestaría fantasías sexuales desviadas, y el 40 % actitudes sexuales antisociales.

El consumo regular de pornografía durante la infancia y/o adolescencia, constituye un antedicho al comportamiento coercitivo y el abuso sexual (Stanley, et al., 2018). Y, en la misma línea, la exposición mantenida a contenido sexual violento en menores y jóvenes de entre 10 y 21 años, resulta un precedente categórico para el ejercicio de sexo coercitivo, acoso y agresión sexual (Ballester, 2023).

En atención a los datos que recoge la fiscalía general del Estado en su memoria de 2022, los delitos de abuso sexual y de agresión sexual perpetrados por menores de 18 años, habrían aumentado un 111’02 % y un 115’96 % respectivamente, entre el 2017 y el 2022 (Fiscalía General del Estado, 2022). La misma, atribuye como causas comunes al perfil del menor agresor sexual, una falta de educación ético-sexual adecuada y el consumo “inapropiado y precoz” de pornografía violenta, que, conducirían a la “trivialización de su concepto sobre las relaciones sexuales normales” (Las agresiones sexuales cometidas por menores se incrementaron en un 46 % en 2022, 2023).

Estamos ante una realidad presente que desata la alarma social y que requiere de una solución colectiva. El consumo de pornografía se ha transfigurado en una problemática social en aumento sobre nuestra población infantil y adolescente, mitigar su impacto y conductas asociadas, tan solo requiere de una participación activa de la sociedad civil que la enfrente. Esto es, apostar por la educación sexual.

CONCLUSIÓN: Educación sexoafectiva, la asignatura pendiente

El presente artículo trata de poner en tela de juicio las connotaciones de la pornografía y los mitos del amor romántico en los/as menores, e inquiere en una solución efectiva y colectiva.

Tras la realización del estudio, podemos constatar que existe una correlación positiva entre el consumo de contenido pornográfico y las agresiones sexuales, cada vez más frecuentes, perpetradas por menores. Cabe mencionar que la etiología de la agresión sexual no puede explicarse tan solo por el consumo de pornografía, sino por la convergencia de más y más diversos factores de riesgo. Sin embargo, nosotras hemos enfocado la revisión en torno a la deficiente educación sexoafectiva de la infancia española y la accesibilidad a la pornografía online como potenciales predictores de la agresión sexual.

Hoy en día, la pornografía inunda el ciberespacio social de los/las menores desde edades muy tempranas. Su primer contacto con este contenido explícito y violento suele darse en el comienzo del desarrollo de su sexualidad. En este contexto, toda información que reciban los/las menores repercute significativamente en la eventual creación de esta. Así, el consumo de la pornografía al confluir con la carencia de educación sexual y de las herramientas adecuadas, alimenta la creación de unos ideales basados en el sexo violento y las fantasías parafílicas propias del carácter machista y heteropatriarcal que arraiga la cultura pornográfica y que perpetúa la violencia sexual.

En esta línea, la agresión sexual en los/las menores, comporta una problemática severa en la que participa la sociedad civil sosteniendo los mitos del amor romántico, así como la exposición continua a la pornografía y la violencia sexual en la infancia, y perpetuando el déficit en educación sexoafectiva.

Es un reflejo de la doctrina pornográfica, cada vez menos distorsionado, que invade la inocencia de la infancia y la reemplaza por la cultura de la violación, que desata nuestra creciente preocupación sobre las connotaciones educativas de la pornografía en los menores de edad y la práctica consiguiente a toda teoría. Para nosotras, la pregunta se responde sola… Sí es necesaria la educación sexual.

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