Ana Sánchez Martín

Resumen: Formar parte de la población reclusa implica mucho más que simplemente estar privado de libertad, ya que expone a las personas a toda una serie de condiciones y etiquetas sociales que marcarán un antes y un después en sus vidas. De esta manera, a través de este artículo se pretende analizar cuál es la realidad a la que se enfrentan concretamente hoy en día las mujeres privadas de libertad en España, haciendo especial énfasis en las principales diferencias y desigualdades de género que sufren tanto a nivel social como en los propios centros penitenciarios.

Palabras claves: Roles de género, Exclusión social, Estigmatización, victimización, Delincuencia femenina, Perspectiva de género, Violencia de género.

1.     INTRODUCCIÓN

Analizar la realidad de las personas privadas de libertad se alza como una tarea laboriosa y compleja, pero también necesaria, y hace que sea inevitable en su estudio no hacer referencia a conceptos como estigmatización, exclusión social o discriminación. La literatura, a lo largo de los años, ha ido reflejando las  diversas dificultades a las que esta población se enfrenta por su condición de privados de libertad. No obstante, a continuación, trataremos de introducir una perspectiva de género para observar cómo estas dificultades afectan concretamente a las mujeres privadas de libertad, por el simple hecho de ser mujeres.

Como venimos sabiendo y podemos confirmar con el Informe de 2021 llevado a cabo por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias acerca de la población penitenciaria, las mujeres presas representan un 7,2 % respecto a la población penitenciaria total, por lo que se observa cómo se trata de un porcentaje bastante minoritario. Sin embargo, este hecho no se debe traducir en un tratamiento e intervención (desde los centros penitenciarios) escasos de perspectiva de género, sino que se debe atender a las necesidades específicas de las mujeres, tratando así de evitar programas genéricos o creados a partir de las necesidades y características de los varones. Como explica Casellas (2014), “las cárceles son un reflejo de la sociedad” (p. 19), por lo que resulta ineludible no ver plasmado en ellas aspectos como las diferencias y discriminaciones por cuestiones de género. Por esta misma razón, resulta imprescindible el estudio de la población penitenciaria femenina, para así poder tener una imagen más aproximada a la realidad sobre sus condiciones y necesidades.

De esta manera, a continuación, a través de una revisión bibliográfica, trataremos de realizar una aproximación más concreta sobre cuál es la realidad social que viven las mujeres privadas de libertad, así como sobre aquellos obstáculos a los que se enfrentan tras su paso por prisión. Para ello, llevaremos a cabo, en un primer momento, una revisión de conceptos como la exclusión o estigmatización social, para más adelante enlazar y relacionar estos conceptos con otros como son el género o los roles de género y su socialización, así como la relación que esto tiene con la comisión de delitos y, finalmente, la implicación que todos estos hechos tienen para las mujeres y su reinserción.

1.     LA   REALIDAD    DE   LAS    MUEJES    PRIVADAS   DE        LIBERTAD: ESTIGMATIZACIÓN, EXCLUSIÓN SOCIAL Y ROLES DE GÉNERO

Como explica López (2008) a partir de la definición clásica de Goffman, el estigma es “una característica que ocasiona en quien la posee un amplio descrédito o desvalorización, como resultado que dicha característica o rasgo se relaciona en la conciencia social con un estereotipo negativo hacia la persona que lo posee” (p. 45). De esta manera, resulta evidente ver como la estigmatización es un proceso que sufren las personas privadas de libertad por haber cometido un delito y haber roto con las normas sociales establecidas, así como por su propia condición de presos/as. Se entiende, por tanto, que “el paso por prisión imprime sobre las personas privadas de libertad la marca de un estigma, debido a que la persona encarcelada es apartada a un espacio alejado y controlado, convirtiéndose en el habitante de una “sociedad” al margen de la vida social, donde su tiempo y su vida le son arrebatados” (Cabrera, 2002, como se citó en Buedo, 2017, 155). Esta primera aproximación, por tanto, ya nos hace ser conscientes de que este estigma que pasa a convertirse, prácticamente, en la identidad de estas personas ya supone un antes y un después en sus vidas y, sobre todo, un trato social diferenciado. Sin embargo, resulta interesante ver qué supone, además, este hecho para las mujeres. Según Contreras (2016), las mujeres privadas de libertad “están expuestas a una doble condena: la penal y la social; la primera a causa del delito cometido, y la segunda por haber infringido la normatividad del género, lo que las hace “merecedoras” de un estigma social que perdura una vez recuperada la libertad, pues cuando no se actúa en función de lo que cultural y socialmente se espera, se emplean grados de control social expresados en clasificaciones y etiquetas” (p. 43). Por tanto, nos encontramos con que las mujeres que cometen delitos pasan a tener un doble estigma por el simple hecho de ser mujeres. Ante esta afirmación, será interesante profundizar sobre las causas, aspectos o posibles explicaciones que provocan esta doble estigmatización, sobre todo aquella estigmatización basada en el género.

Por un lado, nos encontramos ante los conocidos roles de género establecidos y aun presentes en nuestra sociedad. No podemos hablar de roles de género sin entender que “las construcciones de género juegan un papel principal en la socialización de los individuos, entendidas como los patrones de conducta, valores, creencias e imágenes que sirven para diferenciar la posición que ocupa el hombre y la mujer en la sociedad” (Santos, 2021, p. 231). Este compendio de comportamientos e ideales acaban conformando, por tanto, los roles de género, y acaban estableciendo unas diferencias marcadas entre hombres y mujeres, colocando a la mujer en una posición de inferioridad y desigualdad frente al hombre. De esta manera, como bien explica Revelles (2019), entendemos que “la desigualdad de poder entre hombres y mujeres, producto de una socialización dicotómica y jerárquica, que constituye el imaginario de la sociedad patriarcal, trae como consecuencia que la mujer se vea adscrita a unas conductas estereotipadas, de tal forma que, al alejarse de ellas, se ven inmersas en un proceso de segregación con la subsiguiente marginalización y/o exclusión” (p.137). Un ejemplo de alejarse de estas normas y conductas establecidas socialmente es cometer un delito. Las personas, al cometer una infracción penal, rompen con esas normas sociales y legales, y como se indica en la cita, suele llevarse a cabo ese proceso de exclusión social.      Así pues, observamos como, al cometer un delito, las mujeres van a sufrir ese proceso de exclusión social no solo por haber cometido una infracción penal, sino por alejarse de las normas y conductas estereotípicas asociadas a la feminidad y a las mujeres. Se entiende, entonces, que esta exclusión social acabará teniendo un efecto más drástico y perjudicial para estas, por el simple hecho de ser mujeres.

Esto mismo que acabamos de explicar lo podemos relacionar con el hecho de que las mujeres, tanto en el pasado como hoy en día, lleven a cabo menos delitos que los hombres. Existen varias teorías que tratan de explicar esta diferencia delictiva entre hombres y mujeres, pero se observa como hoy en día, aquellas más aceptadas son las relacionadas con los roles de género explicados anteriormente. Así mismo, Santos (2021) explica que “el papel de la mujer en la sociedad patriarcal la ha limitado a la hora de cometer delitos, en primer lugar, por el rol que ha desempeñado históricamente, limitado al cuidado del hogar y la familia. En segundo lugar, por la motivación para delinquir, ya que al llevar a cabo conductas antisociales la mujer sufre un doble castigo: 1. Por el delito cometido y 2. Por romper con su rol, de esta forma, en el balance de beneficios y pérdidas, tiene más perdidas que el hombre” (p. 242). Esta explicación, por un lado, pone de manifiesto una vez más esta doble estigmatización o “doble castigo” que sufre la mujer. Por otro lado, también pone en relación esa menor infracción penal de las mujeres con los propios roles o papeles asignados a la mujer en la sociedad. Esto mismo es explicado por Revelles (2019), cuando expone que en el delito inciden directamente los roles de género, provocando que las mujeres estén más alejadas del mundo criminal, por un lado, porque adoptan roles más marcados relacionados con el cuidado familiar y, por otro lado, por el miedo a provocar una ruptura de la propia estructura familiar.

Una vez realizada esta aproximación sobre los roles de género y la estigmatización social que sufren las mujeres privadas de libertad, pasaremos a relacionar estos conceptos de una manera más específica con las características y condiciones de estas mujeres en los centros penitenciarios. Uno de los aspectos más importantes que debemos tener en cuenta sobre la realidad de estas mujeres es la gran cantidad de víctimas de violencia de género que se encuentran en prisión. Según un reciente estudio de FIADYS[i][1](2023) a un total de 201 mujeres privadas de libertad, un 72,6 % de ellas había sufrido violencia de género en algún momento de su vida. Además, según un estudio realizado por la Fundación SURT[2] en 2005, se estimaba que, en España, un 80,4 % del total de las mujeres presas había sido víctima de violencia de género. Estos datos son muy relevantes ya que se conoce que, en el caso de las mujeres, existe una correlación significativa entre cometer infracciones penales y haber sido víctima de violencia de género, entendiendo, por tanto, que la victimización previa supone una variable común y con mucha relevancia en las mujeres a la hora de cometer delitos (Acale, 2017). Además, esta misma autora nos expone algunos ejemplos de delitos directamente relacionados con la victimización de estas, como puede ser delitos contra la salud pública o delitos económicos, en los que las mujeres pueden verse presionadas y/o influenciadas por una figura masculina, como su pareja o marido. Finalmente, acaba reafirmando la importancia del género y de la victimización a la hora de cometer delitos en los casos de mujeres, explicándonos que “en los procesos victímales y criminales, el género es el motor que los propicia. Se cierra así el círculo de la violencia de género, que empuja a muchas mujeres a moverse en el ámbito criminal” (p. 5).

Si continuamos hablando acerca de la situación de las mujeres en prisión, se deberá hacer también referencia a otros aspectos importantes y diferenciales de los hombres como, por ejemplo, la mayor carga familiar, relacionada con los cuidados de los hijos y/u otros familiares, así como una mayor presencia de sintomatología ansiosa y depresiva. Al profundizar sobre estos aspectos, por un lado, se observa como las mujeres privadas de libertad sufren mayores conflictos familiares y reciben un menor apoyo familiar y social que los hombres. Por otro lado, la victimización previa y estas dificultades de conciliación familiar acaban incidiendo también en la salud mental de estas mujeres, colocándolas ante una mayor predisposición de sufrir enfermedades como depresión o sentimientos recurrentes de impotencia o ira (Berbería, 2021).

Por último, haremos referencia a la salida de las mujeres de prisión y a su proceso de reinserción social. Por un lado, hay autores/as que critican la falta de perspectiva de género en los programas destinados a la reinserción social llevados a cabo desde los propios centros penitenciarios. Por ejemplo, Pascual (2015) explica como “las políticas penitenciarias siguen basando el tratamiento de las mujeres en un enfoque sexista y estereotipado que refuerza el papel tradicional de la mujer en la sociedad” (p. 49), dificultando así la futura reincorporación de estas mujeres a la sociedad. Por otro lado, debemos volver a mencionar el estigma al que se enfrentan, pero esta vez, al salir de prisión. Esta etiqueta social va a afectar a las mujeres en diferentes ámbitos de su vida, ya que “las mujeres pospenadas viven procesos de estigmatización no solo dentro de su círculo social más cercano y su familia, sino que constantemente se ven estereotipadas por su condición de mujeres exconvictas” (Molina, 2021, p. 47).

2.     CONCLUSIONES

Tras esta breve aproximación a la realidad que viven las mujeres privadas de libertad, podemos extraer una serie de conclusiones y recomendaciones.

En primer lugar, se ha podido observar como el género es un factor diferencial a la hora de cometer delitos, marcando también una diferencia entre hombres y mujeres en relación con el trato, la imagen social y las consecuencias de estos mismos delitos. Las mujeres se encuentran bajo una mirada más crítica, perjudicial y estigmatizante, que las lleva a ocupar una posición de mayor vulnerabilidad y a procesos de exclusión más marcados. Todo ello supone, por tanto, que se encuentren ante mayores obstáculos a la hora de reinsertarse en la sociedad.

De esta manera, por un lado, resulta imprescindible la incorporación activa y eficaz de la perspectiva de género en los programas de tratamiento llevados a cabo desde los centros penitenciarios. Esto significará saber identificar y analizar las necesidades y las condiciones de las mujeres privadas de libertad para poder ofrecer una atención e intervención más especializada y que esto pueda llegar a suponer una mejora en su tratamiento y en su futura reinserción social.

Por otro lado, resulta más que evidente la necesidad de una concienciación social a nivel general de la población, ya que como sabemos y bien hemos podido comprobar, hoy en día seguimos anclados a un sistema patriarcal donde aspectos como los roles de género siguen condicionando y marcando grandes diferencias entre los hombres y las mujeres.

Por último, la falta de investigación se acaba traduciendo en una falta de recursos y en dificultades a la hora de mejorar y proponer cambios. Por esto mismo, se debería fomentar y dar más importancia al análisis y al estudio de la población penitenciaria femenina, para poder así seguir implementando esa perspectiva de género en los diferentes programas y actividades de tratamiento y tratar de ir reduciendo al máximo las desigualdades por cuestiones de género.

3.     BIBLIOGRAFÍA

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http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=265019652004

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Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, Ministerio del Interior. (2021). Informe General de Instituciones Penitenciarias 2021

[1] [1] Fundación FIADYS: Fundación para la Investigación Aplicada en Delincuencia y Seguridad.

[2] Fundación SURT: Fundación de mujeres.