Nuevos viejos retos de la acción comunitaria
Lo otro, los otros, pueden ser el infierno, o puede que sean la esperanza
(Tomas R. Villasante)
Mario Arroyo Alba
Trabajador Social
Reflexionar sobre la realidad y el mundo que nos rodea es un ejercicio necesario para orientar nuestro quehacer profesional cuando queremos contribuir a la mejora del bienestar y de la vida de las personas y las comunidades. También lo es aplicar la reflexividad crítica (Aguilar Idáñez y Buraschi, 2023), como una herramienta que posibilite cuestionar y deconstruir nuestros conocimientos y las prácticas profesionales, institucionales y organizacionales que desarrollamos. Ambas proposiciones son especialmente válidas cuando hablamos de la acción comunitaria en un sentido realmente emancipatorio.
En los últimos tiempos se están poniendo en marcha y desarrollando estrategias institucionales[1][2][3] y nuevas iniciativas y propuestas sectoriales y temáticas, desde distintos ámbitos, que ponen en valor la acción comunitaria e intentan incidir en la transformación social desde esta perspectiva. Esta coyuntura ha suscitado un interés renovado por lo comunitario y la incorporación de recursos, profesionales y agentes a los espacios de acción comunitaria ya existentes en distintos territorios. Pareciera que es un buen momento para pararnos a pensar cuáles son los principales retos que afrontamos y poder poner en común un mismo lenguaje y un diagnóstico compartido del contexto. También para poder identificar y evidenciar las tensiones y contradicciones que atraviesan nuestras prácticas profesionales. A continuación, se intenta aportar una contribución en este sentido.
Una realidad compleja
Vivimos un presente de contextos muy complejos y en constante movimiento. Tiempos de aceleración tecnológica, aceleración del cambio social y de aceleración del ritmo de la vida que impactan intensamente en nuestra cotidianidad (Rosa, 2016). Donde la capacidad para actualizar nuestras herramientas adaptativas, formas de actuar, hábitos y rutinas a estas nuevas situaciones es cada vez más limitada. Donde vivenciamos de forma permanente una combinación de experiencias de incertidumbre (presente y futura) y de desprotección que afectan a nuestro cuerpo y a nuestro propio ser, y también a nuestras posesiones, vecindarios y comunidades. Donde los vínculos y redes humanos, que anteriormente servían para cohesionar nuestras vidas y nuestras sociedades, son cada vez más frágiles, vulnerables, fugaces y precarios (Bauman, 2003, 2013). También vemos cómo los avances tecnológicos nos ofrecen artefactos, oportunidades y riesgos que no podemos obviar y que impactan en nuestras formas de interaccionar y vincularnos, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Y que la construcción de identidades diversas, múltiples y/o cambiantes nos interpela ante nuevos significados y sentidos de pertenencia a nivel individual, grupal y comunitario. Por otro lado, convivimos con una diversidad cultural que implica una realidad comunitaria viva, compleja y no homogénea. Y, por último, estamos tomando consciencia de la interseccionalidad, del estudio de las relaciones de poder, y de que diferentes fuentes estructurales de desigualdad (u “organizadores sociales”) mantienen relaciones recíprocas estructurando nuestras vidas (Platero Méndez, 2014). Véase aquí cómo interseccionan el género, la etnia, la clase y la orientación sexual y su traducción en nuestras comunidades.
Estas y otras cuestiones suponen, en la práctica, que debemos atender a comunidades complejas y con límites difusos, que pueden ser analógicas y también digitales, con sus demandas, necesidades, fortalezas y potencialidades diversas y cambiantes. Y que debemos ser capaces de ofrecer respuestas innovadoras, flexibles y adaptativas basadas en diagnósticos ajustados a esta realidad. No podemos utilizar las mismas recetas de siempre, tenemos que saber interpretar las situaciones y los procesos de cambio.
Indefinición
A menudo tenemos dificultades para confluir a nivel teórico, metodológico y práctico entre todas las personas y agentes que participamos del mundo de la acción comunitaria. No es un reto novedoso, pero sí persistente. Partimos de diferentes posiciones sociales, ámbitos y trayectorias profesionales, también personales, que implican diferentes visiones y perspectivas. Escuchar, entender, expresar, compartir y cooperar supone todo un desafío en estas circunstancias. ¿De qué hablamos cuando enunciamos lo comunitario? ¿Qué diferencia hay entre conceptos como “intervención”, “acción” y “desarrollo” en lo comunitario? ¿Cómo aplicamos la perspectiva comunitaria en los diferentes niveles intervención individual, grupal y comunitario? ¿Es comunitario sólo lo que hacemos extramuros o podemos hacer comunitario intramuros? ¿Estamos hablando de un enfoque, de una metodología o de una dimensión? ¿Nos centramos en las demandas y necesidades de la comunidad o en sus propuestas y potencialidades? ¿Para qué estas u otras acciones, qué sentido les damos? ¿Podemos interpretar cualquier actividad colectiva en la calle como realmente comunitaria? Estas y otras preguntas nos acechan cuando interactuamos con otras personas y profesionales en la acción.
Necesitamos establecer de forma continua un marco común, un lenguaje común, que nos permita actuar de forma alineada, conjunta y equilibrada, recogiendo todos los aportes y toda la diversidad de itinerarios y experiencias. Necesitamos revisar los marcos teóricos y las prácticas, e incorporar las innovaciones y las propuestas novedosas. En este sentido, son realmente interesantes iniciativas como el Decálogo sobre Comunidad y Acción Comunitaria elaborado por el Conversatorio sobre Acción Comunitaria (2023).
Fragmentación y multiplicidad de agentes
En la acción comunitaria nos encontramos con una enorme diversidad de agentes y personas, con diferentes roles, objetivos e intereses. Iniciativas y proyectos que se superponen o se contradicen, muchas duplicidades y competencia. Encontrar sinergias y complicidades en espacios y procesos comunitarios no es una tarea sencilla. Las contradicciones y tensiones entre las profesiones, las personas que forman parte de la comunidad, las organizaciones e instituciones son habituales. También es un desafío ser capaces de romper con la sectorialidad (salud, servicios sociales, mayores, juventud…) y avanzar hacia la transversalidad y la integralidad.
Es importante que podamos acoger y hacer sumar a toda la amalgama de personas y agentes que quieren transformar las realidades comunitarias, validando y dando protagonismo, dejando ocupar espacio y haciendo confluir interés y objetivos diferentes. Incluir y poner a dialogar los saberes expertos y los saberes legos, compartiendo las distintas culturas y las diferentes perspectivas sobre los malestares. Hay que perder el miedo al desbordamiento y a la ausencia de control, contrarrestándolo con mucha organización y planificación colectiva. Siguiendo a Villasante et al., (2000), es positivo que sintamos que las relaciones nos desbordan, sentir que son complejas, que nos lleven a nuevas propuestas no previstas, aprender de los procesos, entrar en relación; en definitiva, el arte de articular relaciones para que puedan confluir diversas propuestas compartidas. Establecer y mantener relaciones asertivas y colaborativas con y entre los agentes del territorio es base para la intervención comunitaria, ha demostrado su validez técnica y se ha conformado como una necesidad permanente (Marchioni, 2014). Todo esto conlleva mucho tiempo y esfuerzo, pero no hay otro camino en lo comunitario.
Continuidad
La acción comunitaria habitualmente surge de proyectos y propuestas acotadas en contenidos y limitadas en tiempo, de carácter finalista, y que rara vez tienen una perspectiva de continuidad o de largo plazo. También es habitual que se impulsen actuaciones debido a circunstancias conflictivas o críticas, donde la capacidad de impactar es menor que en circunstancias de armonía o supuesta “normalidad”. Sin embargo, sabemos que la comunidad es una realidad existente y, que para que adquiera forma de proyección consciente y surja un proceso de transformación en ella, aunque sea limitado, hace falta una acción dilatada en el tiempo y que pueda trascender la urgencia y/o la crisis, incluso que supere a las personas y agentes que la impulsan. Si entendemos la acción comunitaria como algo vivo y en continuo cambio, donde agentes entran y salen, aumentan o disminuyen su capacidad para participar, y donde lo importante es esa delgada línea estratégica que sostiene el proceso y que se asienta en la propia comunidad, es posible mantenerse en tiempo y forma. Es parte del reto la generación de estructuras y espacios organizativos perdurables, con liderazgos difusos y compartidos, y motivadores para el relevo y las distintas formas de implicación y participación. Cuidar la acogida, las relaciones y las redes es siempre de vital importancia. La gestión de grupos y de equipos. Cuidar el espacio, cuidar el proceso. Este reto está íntimamente vinculado al de la fragmentación y multiplicidad de agentes. Aplicar la inteligencia colectiva (Cembranos y Medina, 2014) puede ayudar no sólo a ser más eficaces y eficientes, sino a dar sostenibilidad a los procesos grupales y colectivos, a dar continuidad a la acción comunitaria en el tiempo.
Participación
La participación es el elemento principal de lo comunitario. La eterna meta. La medida para evaluar si algo es realmente comunitario. Es un medio y un fin en sí mismo. Sin participación no habrá proceso ni cambios sustanciales y sostenibles (Marchioni, 2014). En la sociedad actual, en cuanto a la valoración de resultados en participación, es bastante común atender más a la cantidad que a la cualidad, más cuando hay que dar cuenta de ellos con cierto rigor o asociarlos a indicadores o factores de evaluación o impacto. Quizás deberíamos plantearnos si esto es realmente pertinente y si el resultado esperado no debería ser sino la promoción de procesos de autoorganización, y esto tiene más que ver con lo cualitativo.
La participación también es contradictoria en el sentido de que a veces sólo tiene carácter de sucedáneo o simulación, de validación del orden establecido, y puede contribuir más a la opresión que a la emancipación; véase a este respecto la reflexión sobre la democracia participativa de Garnier (2022). La participación es siempre conflictiva, nos confronta con nuestras propias posiciones sociales y privilegios, con las relaciones de poder y con otras personas y grupos. Si animamos y promovemos la participación debemos hacerla inclusiva, extensiva, real y efectiva, desde la horizontalidad y atendiendo a lo cualitativo y a la agencia, para que pueda generar agregaciones, representaciones o acciones directas que no contribuyan con el paso del tiempo a la desmovilización, la negación, la suplantación o la invisibilización de unas personas y/o grupos por otros. La participación real y activa supone la autogestión (Lefebvre, 2017), y esta debería ser la meta final de la acción comunitaria emancipatoria.
Conclusiones y propuestas
Se han señalado algunos retos que se nos presentan en la actualidad para desarrollar la acción comunitaria. Algunos de ellos no son desafíos novedosos, en el sentido de que siempre han estado presentes de alguna manera y son inherentes al propio mundo de la acción comunitaria. Seguramente no serán generalizables y tampoco son los únicos. Sin embargo, esto no nos debe impedir reflexionar sobre ellos, actualizarlos y tomarlos en consideración, agregando más y adaptándolos a las distintas realidades comunitarias y a cómo operan sobre ellas. Debe motivarnos también para desarrollar procesos de reflexividad crítica a partir de los que articular nuestra intervención profesional en pro del cambio, donde no demos nada por sentado ni todo por bueno. Hoy como ayer, sigue estando todo por hacer en lo comunitario.
Referencias
Aguilar Idáñez, M. J. y Buraschi, D. (2023). La reflexividad crítica como herramienta para un trabajo social emancipador. Servicios Sociales y Política Social, 129, 11-26. https://www.serviciossocialesypoliticasocial.com/-119
Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
Bauman, Z. (2013). Vida líquida. Austral.
Cembranos, F. y Medina, J. A. (2014). Grupos inteligentes. Teoría y práctica del trabajo en equipo. Editorial Popular.
Conversatorio sobre Acción Comunitaria. (15 de mayo de 2023). Comunidad y acción comunitaria. Fernando Fantova Azcoaga. https://www.fantova.net/2023/05/15/comunidad-y-accion-comunitaria/
Garnier, J. P. (2022). Democracia participativa: ¿Alternativa o trampa? Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales, 5(24), 13-15 https://criticaurbana.com/democracia-participativa-alternativa-o-trampa
Lefebvre, H. (2017). El derecho a la ciudad. Capitán Swing.
Platero Méndez, R. (Lucas). (2014). Metáforas y articulaciones para una pedagogía crítica sobre la interseccionalidad. Quaderns de Psicologia, 16(1), 55-72. http://dx.doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.12
Marchioni, M. (2014). De las comunidades y de lo comunitario. Revista Espacios Transnacionales, 3, 112-118. http://www.espaciostransnacionales.org/tercer-numero/reflexiones-3/comunidadesycomunitario/
Rosa, H. (2016). Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía. Katz.
Villasante, T. R., Montañes, M. y Martí, J. (Coord.). (2000). La investigación social participativa. Construyendo ciudadanía I. El Viejo Topo.
[1] Estrategia Estatal de desinstitucionalización para una buena vida en la comunidad del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030: https://estrategiadesinstitucionalizacion.gob.es/
[2] Estrategia de Salud Comunitaria en Atención Primaria de la Comunidad de Madrid: https://gestiona3.madrid.org/bvirtual/BVCM050748.pdf
[3] Plan Estratégico de Servicios Sociales 2023-2027 del Ayuntamiento de Madrid: https://www.madrid.es/UnidadesDescentralizadas/IntegracionyEmergenciaSocial/Publicaciones/NuevoModelo/Ficheros/PLAN_ESTRAT%C3%89GICO_23-27.pdf